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Nietzsche: su amor apasionado por la vida y el humor.

Iniciado por Átropos, Junio 24, 2015, 20:07:07:31 PM

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Átropos

Hola corazones.

Copipasteo un viejo artí­culo acerca de Nietzsche, que (entre otras cosas) refleja ligeramente su postura ante la vida, la cual, a mí­ personalmente, me parece de lo más interesante:


Lo que singulariza a Nietzsche es aquello que él reconoció como el mejor antí­doto y el remedio más eficaz contra el nihilismo: el amor apasionado por la vida y el humor como estrategia para conquistar y para soportar la verdad

Existen "afinidades electivas", semejanzas entre las cosas, adecuaciones de caracteres que explican su mutua atracción. Pero hay también profundas desavenencias, diferencias y diversidades que dan cuenta de ciertas aversiones en lo aparentemente próximo. Cuando se cumplen cien años de su muerte, aquellas afinidades y estas desavenencias ayudan a comprender a Nietzsche y a situarlo respecto a Schopenhauer y a Heidegger, dos nombres a los que tantas veces aparece ligado el suyo. Independientemente de la naturaleza de la misma, los tres coinciden en su estrecha relación con el nihilismo. Pero lo que singulariza a Nietzsche y lo separa respectivamente de uno y otro es aquello que él reconoció como el mejor antí­doto y el remedio más eficaz contra el nihilismo: el amor apasionado por la vida y el humor como estrategia para conquistar y para soportar la verdad.

1. "Con el amor ocurre lo mismo que con los fantasmas: todo el mundo habla de ellos, pero nadie los ha visto". Esta máxima de La Rochefoucauld, que Schopenhauer suscribí­a, asumiendo un escepticismo que no puede extrañar en alguien para quien la vida era "un negocio que no cubre los gastos", o un eterno pendular entre el dolor y el hastí­o, no podí­a afirmarla Nietzsche sin reservas. í‰l, que celebraba la fina ironí­a del francés y que compartí­a con el pensador de Danzig la convicción de que la verdad tiene el rostro terrible de Sileno, sabí­a que aquel fantasma habí­a tomado cuerpo alguna vez: en Grecia y en el perí­odo trágico anterior a Eurí­pides y a Sócrates. Entonces tuvo lugar un encuentro feliz entre el hombre, la verdad y la vida, un encuentro como nunca hasta entonces y ya nunca después fue posible.

Es verdad que Nietzsche se aproximó al campo de la filosofí­a de la mano de Schopenhauer. Y éste reconoció en el dolor el origen de aquella actividad: una experiencia así­, conocida por todos en algún momento de su vida, origina una necesidad, cuya universalidad radica en su raí­z. ¿Quién no conoce ese canto de sirena que es la melancolí­a? Cuando la enfermedad, la muerte, o la fatiga nos ponen de un salto ante la vida, ¿quién deja de hacerle las preguntas de rigor?: ¿qué es la vida?, ¿qué vale la vida?, ¿para qué la vida? ¿No son ellas preguntas "metafí­sicas", que, independientemente de la formación y cultura del que las haga, convierten a cualquier hombre en algún momento de su vida en un filósofo pesimista? Pero, a pesar de la influencia que sobre el joven Nietzsche ejerció Schopenhauer, hay una diferencia radical entre ellos. Si para éste la vida no podí­a ser objeto de amor, sino de negación y desapego, Nietzsche no sólo no suscribe la renuncia, sino que hizo del amor a la vida su divisa más firme -»es verdad, nosotros amamos la vida, no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos acostumbrados a amar»- e invita a considerar la historia del pensamiento como una historia de amor.

Si la verdad tuviese una naturaleza femenina, y así­ lo supuso Nietzsche, ¿no es toda filosofí­a una lucha amorosa por conseguirla? Y en ese caso, si una y otra vez el objetivo falla, ¿no merecerí­a la pena pararse a meditar sobre la estrategia y el arte de la seducción? ¿No es en todo caso necesario que la estrategia preceda a la conquista? ¿No buscaron todos los filósofos un camino y un método adecuados, cuando el esfuerzo resultaba infructuoso? Con una ironí­a no exenta de seriedad Nietzsche sugiere una consideración de la historia del pensamiento como un tratado y un memorial del arte de la seducción. Pero de un arte fallido, de un intento casi siempre malogrado, porque el seductor es una y otra vez rechazado, humillado, ignorado. El memorial resulta, sobre todo, un memorial de agravios, y el tratado tiene todos los ingredientes de una tragicomedia.

En ese marco resulta pertinente la sospecha acerca de los medios con que hasta ahora se han acercado los hombres a la verdad: ¿no será que "todos los filósofos, en la medida en que han sido dogmáticos, han entendido poco de mujeres?, ¿de que la estremecedora seriedad, la torpe insistencia con que hasta ahora han solido acercarse a la verdad eran medios inhábiles e ineptos para conquistar los favores precisamente de una mujer?". Si, en esa clave, la historia de la filosofí­a puede ser interpretada como un tratado de seducción, cada filosofí­a particular es el relato cifrado de una aventura, el equivalente de un enigmático diario amoroso que revela y oculta al mismo tiempo la naturaleza del seductor, su pericia o su torpeza, y en cualquier caso algo importante de él.

Pero es preciso ir más lejos. Podrí­a ocurrir que la verdad no fuese nada esencialmente distinto de la vida, sino algo profundamente arraigado en ella, algo tan parecido que casi se confundiera con ella. Y realmente no se trata de una mera suposición: cuando la vida, «mudable y salvaje, y una mujer en todo, y no virtuosa», oye a Zaratustra hablar de la verdad, pregunta malignamente: «¿de quién estás hablando?, ¿sin duda de mí­?». Y, en ese caso, si una y otra resultan tan cercanas, ¿no es un camino errado, un paso en falso malquistarse con la vida, cuando se pretende la conquista de la verdad? ¿No es toda murmuración contra la vida un signo de torpeza en un filósofo? ¿No hay detrás de todos aquellos juicios que degradan la vida, que la desprecian o la subestiman, una mente obtusa, un necio seductor, un amante inhábil? Y, sin embargo, esto es lo que la filosofí­a, desde Sócrates hasta Schopenhauer enseña: «la vida no vale nada». í‰se ha sido también hasta ahora el consensus sapientium, aquello en lo que los sabios y los filósofos de todos los tiempos parecen coincidir. Y cuanto más denigran, más degradan y desprecian la vida, tanto más creen ascender en la escala de la sabidurí­a, en la conquista de la verdad. Pero Nietzsche propone otra estrategia: el humor. El humor en el sentido de la ironí­a, en el sentido de buen talante y de ánimo elevado, en el más puro sentido de la alegrí­a. Es aquí­ donde estriba una importante diferencia entre Nietzsche y Heidegger.

2. En favor de Heidegger hay que subrayar su valentí­a para mostrar la calidad filosófica de la reflexión nietzscheana. No sólo denunció las insuficiencias y el abuso de la lectura biologicista y filonazi de Nietzsche, sino que lo rescató de la interpretación que lo somete a la dudosa categorí­a de un autor, mitad literato, mitad filósofo, con las dosis oportunas de psicólogo y moralista que hacen dudar aún más de su ubicación: junto a Aristóteles, Leibniz y Schelling, entre otros, Nietzsche ocupa un lugar de privilegio en la gran tradición filosófica. Y en favor de Heidegger hay que señalar también la cuidadosa exégesis, la aguda labor del hermeneuta que asombra por la profundidad y lucidez de sus análisis y que acuña los grandes tópicos del pensamiento nietzscheano: la muerte de Dios, la voluntad de poder, el eterno retorno, el superhombre. Y, sobre todo, el nihilismo.

Heidegger y Nietzsche comparten una misma preocupación: la de reflexionar sobre el presente, y ofrecer un "diágnóstico" sobre el tiempo vivido. Nietzsche descubrió el ocaso de lo trágico en la Grecia de Eurí­pides y de Sócrates y desenmascaró allí­ una extraña inflexión que abandonó lo dionisí­aco y optó por el hombre teórico. Y Heidegger denunció el olvido del ser que, desde la orientación que en Platón toma la verdad, se ha convertido en una constante y en la seña de identidad de la filosofí­a que se ha desarrollado bajo el nombre de «metafí­sica». De manera que ocaso de lo trágico y olvido del ser son fenómenos análogos en uno y otro pensador, fenómenos que admiten un mismo nombre para designar la culminación de aquel ocaso y este olvido. Ese nombre común es «nihilismo». Lo curioso es que Heidegger vea en Nietzsche la culminación del nihilismo. La técnica es a su juicio la suprema realización de la voluntad de poder y el superhombre es el hombre convertido en autómata: «lo mismo son subhumanidad y ultrahumanidad».

Abandonando ahora esa discusión, en un apresurado balance hay que reconocer en Heidegger la voluntad de tomar a Nietzsche en serio, como pocos y, sin duda, como ninguno en su tiempo. Pero, paradójicamente, en ese «haber» también está su «debe». La excesiva «seriedad» de Heidegger ignoró la importancia y la dimensión profunda que tiene en Nietzsche el humor.

La vida es para Nietzsche algo más que la verdad. Además de dolor, sufrimiento y experiencia de lo terrible, la vida es alegrí­a, placer y juego. Sólo el amor conoce esa extraña mezcla entre alegrí­a y sufrimiento, entre placer y dolor. Y no hay mejor estrategia que el humor para mantener vivo el sentimiento. Contra «la tiraní­a del dolor» no hay receta mejor que la ironí­a. Tal era la propuesta de Chamfort, aquella alma «profunda, sombrí­a, dolorosa y ardiente», que juzgaba la risa como un remedio y que «daba por perdido el dí­a en que no habí­a reí­do».

Tiene razón Fernando Savater cuando distingue entre la burla y la alegrí­a. Pero, aunque sea necesario distinguirlas, hay que reconocer el punto que tienen en común: su relación con la salud. La burla descompone su objeto y muestra el lado oculto, ridí­culo y de poca estimación que se oculta a la mirada. Como Cervantes, como Lubitsch, como Chaplin, Nietzsche conocí­a la eficacia de lo cómico: «No con la cólera, sino con la risa se mata». Esa risa nos descarga de la náusea de lo absurdo y nos ayuda a vivir. Y es, sobre todo, un remedio eficaz contra el «espí­ritu de la pesadez»: contra todo aquello que en nosotros y fuera de nosotros dice NO a lo mejor, contra todo aquello que en nosotros y fuera de nosotros está enfermo y quiere morir. Pero hay también otra risa que es pura alegrí­a, afirmación y juego: que favorece todo aquello que en nosotros y fuera de nosotros dice Sí­ a lo mejor, aquello que en nosotros y fuera de nosotros es sano y quiere vivir. Y ama la vida.

Con ese Nietzsche que enseña el amor y el humor, a sabiendas de que muy cerca de ellos planea el miedo, tiene nuestro tiempo una deuda de reconocimiento y gratitud. Más allá de «nietzscheanismos» y de «neonietzscheanismos», a pesar de sus insuficiencias y de las cosas que hoy ya no podrí­amos suscribir de él, Nietzsche nos invita a completar aquel axioma de la geometrí­a, que dice que «la lí­nea recta es la distancia más corta entre dos puntos», con otro que quizás una cierta psicologí­a pueda hacer suyo alguna vez: que el mejor y más efectivo nexo de unión es la risa, el humor y la alegrí­a.
"Everything is political when you're a woman"

Rachel

Qué exquisitez de artí­culo. Gracias (a quien corresponda).

Carmen_69

Uff, no he tenido la paciencia para leerlo. Esperaré a estar serena...

Silvia

Preciosa reflexión y más viniendo de un pensador que sufrí­a tanto y en cambio, supo convertir todo ese petróleo en oro.

Lesly

Me parece  muy interesante este artí­culo. Sí­, ya se que hace tiempo que nadie ha publicado pero no voy a empezar un nuevo tema (estoy respondiendo al cuadradito rojo).

Me parece interesante la visión de Nietzsche sobre la filosofí­a. Puede que los filósofos sólo sean amantes despechados. Quizá por eso tengan tanto tiempo para pensar en la vida. Claro, para ellos la vida es un despecho si sólo se quedan con esa parte.

Hace tiempo que no pienso ni medito sobre todos estos temas. Precisamente ahora parece que me encuentro en el mejor momento para hacerlo, ya que cumplo con las condiciones necesarias para ser una buena filósofa.

Creo que la risa es un arma poderosa para sacarnos de las tinieblas. Las dos veces en las que se ha terminado una relación que yo querí­a que continuara he ido al cine sola. La primera vez fui a ver una peli española de asesinatos y misterio. Me sirvió para distraerme un rato, pero cuando salí­ del cine volví­ a mi estado de pesimismo vital. Esta vez he ido a ver una peli española de risa. Me reí­ bastante. Salí­ del cine mucho mejor de lo que habí­a entrado. Más fuerte para afrontar esta nueva etapa de mi vida. Parece una chorrada, pero tomar las cosas con humor ayuda mucho. Incluso si no estás de humor.

Alguno de los profesores o profesoras que he tenido, ahora no recuerdo quien fue nos contó a los alumnos una vez los siguiente: una vez una persona fue al médico y le diagnosticaron un cáncer (no recuerdo el tipo, pero era un cáncer bastante agresivo). Se puso muy triste pensando que podí­a morir. Así­ que alquiló un montón de pelis de risa, se encerró en una habitación y se pasó un finde entero viendo pelis de risa. Su actitud ante el cáncer cambió y al final superó el cáncer.

La risa nos sirve para cuando estamos alegres y también para cuando estamos tristes. No quiero decir que no sea consciente de mi tristeza y pase mis momentos tristes. Creo que esos momentos son importantes también. Pero no quiero quedarme sólo en la tristeza.  Mi consejo para aquellas personas que estéis tristes es que os riáis cuanto podáis.

estrella

@Lesly opino como tú, la risa es un arma poderosa siempre. Ayuda a afrontar problemas, pensamientos, estados, etc... desde otra actitud más positiva o menos negativa.

Mucho ánimo!!
"No se puede encontrar la paz evitando la vida"
Virginia Woolf