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La ciudad de las Damas, de Cristina de Pizán

Iniciado por Báthory, Diciembre 06, 2020, 12:47:47:26 PM

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Báthory

Me paso sólo un momento para dejar el capítulo. Hemos estado en el Feminario desde las nueve de la mañana hasta ahora y se me van a caer los ojos de mirar la pantalla.

Alicia Miyares justo ha dicho que Aristóteles decía de las mujeres que eran vasijas que deben ser llenadas y que son varones mutilados. Era un hombre encantador jajajajaja. Y el profesor ese obsesionado con él seguro que también debía de ser muy majo.

Ahí os dejo con Cristina, que tiene guasa para todos XD:

IX
De cómo Cristina cavó la tierra, es decir, de las preguntas que hizo a Razón y de las respuestas de esta última


»Ahora queda diseñada la gran obra que he preparado para ti -me dijo Razón-, sólo tienes que esforzarte en cavar la tierra, siguiendo la línea que yo te he trazado con mi regla.
Obedeciendo sus órdenes empecé a cavar con todas mis fuerzas:
-Señora mía, ¿cómo es posible que Ovidio, al que llaman el Príncipe de los Poetas -aunque algunos, entre los cuales me cuento, y vos me podéis corregir, estiman que esos laureles deben atribuirse a Virgilio-, haya hablado tan mal de las mujeres en sus poemas, en el Ars amandi o bien en el Remedia amoris y en algunas otras de sus obras.

Razón me contestó:
-Sí, Ovidio poseía el arte y la ciencia de escribir versos y su viva inteligencia brilla en todos sus poemas, pero se hundió en la vanidad y en los placeres del cuerpo. No le bastaba con una sola amante sino que poseía cuantas le permitían sus fuerzas, sin contenerse, sin mostrar lealtad ni interés hacia ninguna. Llevó esa clase de vida mientras le duró la juventud y recibió a cambio lo merecido en tales circunstancias: quedó deshonrado, mutilado y arruinado. Fue condenado al exilio por su lujuria tanto en sus actos como en sus escritos, donde aconsejaba a los demás la suerte de vida que había elegido. Asimismo, cuando fue revocado su exilio gracias a la intervención de sus partidarios, jóvenes romanos cercanos al poder, se apresuró a caer en los mismos desórdenes por los que había sido condenado y fue por esto Castrado y desfigurado, castigado así en su propio cuerpo. Todo esto tiene que ver con lo que te decía antes: cuando vio Ovidio que ya no podía llevar aquella vida que tantos placeres le había dado, empezó a atacar a las mujeres con unos hábiles razonamientos con la intención de convertirlas en objeto de repulsión para los demás.
-Así es, verdaderamente, Señora mía. Yo conozco el libro de otro autor italiano, llamado Checco d' Ascoli', originario, creo yo, de las Marcas de Toscana, que tiene un capítulo donde habla pestes de las mujeres. Es un lenguaje que sobrepasa lo imaginable y que ninguna persona sensata quisiera reproducir.
-No te extrañe, hija -me respondió-, que Checco d' Ascoli haya hablado mal de las mujeres, porque aborrecía a todas y las odiaba. Su perversión le llevaba a intentar que todos los hombres compartieran su odio hacia ellas. Tuvo, sin embargo, su justo premio, ya que pagó sus ultrajes con una muerte infame en la hoguera.
-Conozco otro opúsculo en latín, llamado Secreta mulierum, Los secretos de las mujeres', que sostiene que padecen grandes defectos en sus funciones corporales.

Ésta fue su respuesta:
-La experiencia de tu propio cuerpo nos dispensará de otras pruebas. Ese libro es un puro disparate, una verdadera antología de la mentira, y para quien lo haya leído queda bien claro que no encierra ninguna verdad. Ahora bien, dicen algunos que lo escribió Aristóteles, pero ¿cómo creer que un filósofo tan grande haya cometido tales dislates? Como las mujeres pueden saber por su propia experiencia corporal, algunas cosas de este libro no tienen más fundamento que la estupidez, por lo que se puede deducir que otros puntos son otras tantas patentes mentiras.
¿No te acuerdas de cómo al principio del libro afirma que no sé qué Papa había amenazado con excomulgar a cualquier hombre que se atreviera a leerlo a una mujer o a ponerlo en sus manos?
-Sí, me acuerdo.
-¿Sabes con qué mala intención se ofrece esa estupidez a la credibilidad de hombres ingenuos y necios?
-No, Señora mía, tendréis que explicármelo.
-Quien lo escribió no quiso que las mujeres se enteraran de lo que afirmaba, porque sabía que si ellas lo leyeran u oyesen leer se percatarían de que sólo son disparates y lo refutarían entre burlas; con esta artimaña, creyó e! autor poder engañar a los hombres que lo leyesen.
-Me acuerdo, Dama mía, entre otras cosas, que después de un largo discurso donde afirma con insistencia que si el cuerpo que se forma dentro del vientre de una madre es el de una hembra, se debe a una flaqueza y debilidad natural, el autor sigue diciendo que Naturaleza se avergüenza de haber hecho una obra tan imperfecta como es el cuerpo femenino.
-Ahí ves, querida amiga, la gran locura, la ciega cerrazón que le lleva a sostener tales despropósitos. ¡Cómo Naturaleza, discípula de! Divino Maestro, iba a tener más poder que quien le confiere su autoridad! Dios tuvo en su pensamiento eterno la idea del hombre y de la mujer. Cuando quiso sacar a Adán del limo de la tierra en el campo de Damasco, así lo hizo y llevóle hasta el Paraíso Terrenal, que era y sigue siendo el sitio más hermoso de este mundo. Allí lo dejó dormido y formó el cuerpo de la mujer con una de sus costillas para significar que ella debía permanecer a su lado como su compañera, no estar a sus pies como una esclava, y que él habría de quererla como a su propia carne. Si el Soberano Obrero no se avergonzó creando el cuerpo femenino, ¿por qué Naturaleza habría de avergonzarse? Decir esto es el colmo de la necedad, y además ¿cómo fue formada la mujer? No sé si te das cuenta de que fue formada a la imagen de Dios. ¿Cómo puede haber lenguas que renieguen de una impronta tan noble? Sin embargo, hay locos que creen, cuando oyen decir que Dios hizo al hombre a su imagen, que se trata del cuerpo físico. Nada más falso, ya que Dios aún no había tomado cuerpo humano. Al contrario, se trata del alma, reflejo de la imagen divina, y esta alma, en verdad, Dios la creó tan buena y noble, idéntica en el cuerpo de la mujer y del varón. Como decíamos, la mujer ha sido hecha por el Soberano Obrero en el Paraíso Terrenal y
¿de qué sustancia? No de vil materia sino de la más noble jamás creada, puesto que Dios la hizo del cuerpo del hombre.
-Por lo que me decís, Dama mía, la mujer es una creación muy noble. Sin embargo, dice Cicerón que un hombre no debe nunca servir a una mujer porque ponerse al servicio de alguien menos noble que uno mismo sería envilecerse.

Ella me respondió con estas palabras:
-El más grande es aquel o aquella que más méritos tiene. La superioridad o inferioridad de la gente no reside en su cuerpo, atendiendo a su sexo, sino en la perfección de sus hábitos y cualidades. Feliz aquel que sirve a la Virgen, cuya perfección sobrepasa la de los ángeles.
-Uno de los Catones, el que fue gran orador, pretende también que si el mundo hubiese sido creado sin la mujer, conversaríamos con los dioses.
-Aquí queda manifiesto -me contestó-, el desatino de aquel a quien Llamaron sabio. Es por mediación de la mujer por lo que el hombre accedió al reino de Dios. Si alguien quisiera alegar que, por culpa de Eva, la mujer hizo caer al hombre, le respondería que si Eva le hizo perder un puesto, gracias a María ganó uno más alto. De no ser por esta falta, jamás se hubiera logrado esta unión del hombre con la divinidad. Hombres y mujeres deben agradecer a Eva tan gran honor, porque, al haber caído tan bajo la naturaleza humana, más alta ha sido elevada por el Creador.
En cuanto a conversar con los dioses, de no haber existido la mujer, como afirma Catón, él mismo no se imaginaba su acierto; él era pagano y creía por lo tanto que los dioses habitaban tanto el infierno como el cielo -pues a los demonios los Llamaban divinidades infernales- así que no es ningún error afirmar que sin María los hombres conversarían con aquellos dioses infernales.


1 Los secretos de las mujeres: la explicación sobre este libro es larga, pero basta decir que era una tratado ginecológico escrito por un misógino que sólo decía gilipolleces dejando patente su fobia hacia el cuerpo femenino.
"Fratriarcado es también toda defensa que las mujeres realizan de los pactos entre varones, sin reparar en que ellas no están incluidas." Rosa M. Rodríguez Magda

Báthory

X
De los nuevos comentarios que intercambiamos sobre el mismo tema


-Catón de Útica, del que hablábamos, dice también de la mujer que se parece a la rosa, cuya belleza agradable de mirar esconde el pinchazo de sus espinas.
-Aquí también -respondió Razón- este Catón no sabía lo acertado que andaba. Nada es más agradable de mirar que una mujer de bellas cualidades, pero la espina del miedo a la deshonra queda clavada en su alma; de ahí la reserva, sabiduría y prudencia que le son propias y le sirven de protección.
-¿Debe creerse, Señora mía, el testimonio de quienes sostienen que las mujeres son por naturaleza glotonas y comilonas?
-Hija, habrás oído citar a menudo el dicho de que «lo que Naturaleza da no se quita». Con tales inclinaciones se las vería a todas horas en los lugares donde venden buena comida y platos agradables, es decir, en tascas y posadas, cuando allí apenas se las ve. Si se me quiere contestar que la vergüenza las retiene, yo replicaría que su único freno es su temperamento. En el caso de que tuvieran tal inclinación, habría que alabar su valor y constancia al vencerla. A propósito, acuérdate de lo que te ocurrió hace algún tiempo, un día de fiesta en que hablabas en el umbral de tu puerta con tu vecina, mujer respetable. Visteis a un hombre que salía de la taberna charlando con otro:
»-He gastado tanto dinero en la taberna -decía- que hoy mi mujer no beberá vino.
»Tú le interpelaste entonces para preguntarle por qué y él te contestó:
»-Señora, cada vez que vuelvo de la taberna, mi mujer suele
preguntarme cuánto he gastado. Si son más de doce monedas, entonces quiere compensar mi gasto con su sobriedad. «No nos da para poder despilfarrar los dos», suele decirme.
-Sí que me acuerdo, Dama mía -le respondí.
-No faltan ejemplos -prosiguió- para demostrar que las mujeres son de un temperamento sobrio. Cuando no lo son, no es por inclinación natural sino por una perversión. La glotonería que atrae otros muchos vicios es aún más fea en la mujer. Es un hecho notorio que el lugar más frecuentado por las mujeres es la iglesia, donde acuden presurosas con rosario y misal en la mano para oír el sermón y confesarse.
-Es cierto -respondí-, pero dicen los hombres que ellas van a los oficios vestidas con sus mejores prendas, dando muestras de sus encantos para atraer al amor y buscar galanes.
-Eso sería verdad, hija mía, si no se vieran más que mujeres jóvenes y hermosas, pero mira los lugares de culto y por cada joven verás veinte o treinta mujeres viejas vestidas con gran sencillez y decoro. Eso respecto a la devoción, pero la caridad está aún más extendida entre las mujeres. ¿Quién visita los hospitales cuidando y reconfortando a los enfermos? ¿Quién ayuda a los pobres? ¿Quién prepara a los muertos para darles sepultura?
Ahí está la vía real que Dios mismo nos manda seguir.
-Tenéis razón, Dama mía, pero dice un autor que las mujeres son débiles por naturaleza y que en esto se parecen a los niños, lo que explicaría por qué mujeres y niños gustan de estar en mutua compañía.
-Hija mía, si te tomas la molestia de observar el carácter de los niños, verás que les gustan naturalmente la amabilidad y la dulzura y ¿qué hay más dulce y amable en el mundo que una mujer de bien? ¡Qué perversidad por parte de aquella gente malévola hacer de la ternura, esa gran calidad que Naturaleza concede a las mujeres, un defecto que se le pueda reprochar! Si a las mujeres les gustan los niños, no es por debilidad sino por bondad natural, y si tienen dulzura infantil, es con perfecta conciencia. Su conducta nos recuerda el Evangelio: cuando discutían los apóstoles para saber quién de ellos era superior, nuestro Señor cogió un niño, y poniéndolo en medio de ellos, dijo: "Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos".
-Señora mía, los hombres guardan en su panoplia un dicho que encierra los mayores reproches hacia nosotras: "Dios creó a la mujer para llorar, charlar e hilar".
-Querida Cristina, este dicho lleva su verdad, pero dígase lo que se quiera, ahí no queda motivo para el reproche. Que Dios les haya dado tal vocación es algo excelente, porque muchas se salvaron gracias al llanto, al huso y a las palabras. A quienes se lo reprochan recordaré que Cristo, que lee en las almas el más recóndito pensamiento, jamás se hubiera rebajado para verter Él mismo lágrimas de compasión, lágrimas de su cuerpo glorioso, cuando vio llorar a María Magdalena y a Marta por la muerte de su hermano Lázaro, a quien resucitó, si hubiera creído que las mujeres lloran sólo por debilidad o estupidez. ¡De cuántos dones al contrario ha colmado estas lágrimas de mujer! No desdeñó las de María Magdalena, sino que tanto le agradaron que le perdonó sus pecados, y ella mereció por su llanto entrar en el reino celeste.

»Tampoco despreció las lágrimas de aquella viuda que lloraba a su hijo único, a quien iban a dar tierra. Se conmovió, Él, fuente de toda piedad, preguntó lleno de compasión: «¿Mujer por qué lloras?», y resucitó a su hijo al instante. Cuentan las Sagradas Escrituras otros muchos milagros -la lista sería muy larga- que hizo Dios, movido por lágrimas de mujer. Me atrevo a afirmar que muchas fueron salvadas por las lágrimas de su devoción, así como los hombres y las mujeres por los que oraban.
Tan gran Doctor de la Iglesia como san Agustín, ¿acaso no se convirtió gracias al llanto de su madre?, aquella mujer excelsa lloraba sin cesar, rogando a Dios que iluminara el corazón de su hijo pagano. San Ambrosio, a quien visitaba aquella santa mujer para pedirle que rezara por su hijo, le contestó:
»-Mujer, no creo que tantas lágrimas puedan derramarse en vano.
»iOh beato Ambrosio, tú que no tenías por frívolo el llanto de una mujer! Gracias a las lágrimas de una mujer, san Agustín brilla como una luminaria sobre el altar de la Iglesia. Esto es lo que hay que contestar a los hombres para que se callen.
»La palabra es otro don que otorgó Dios a las mujeres -¡alabado sea Dios! porque si no seríamos mudas-o Ahora bien, en contra de lo que reza ese dicho, forjado por no se sabe quién para difamar a las mujeres, si la palabra femenina fuera tan despreciable y de tan escasa autoridad como algunos pretenden, jamás hubiera permitido nuestro Señor que fuera precisamente una mujer quien anunciara su Resurrección; así hizo con María Magdalena el día de Pascua, cuando le ordenó que llevara la noticia a Pedro y a los demás apóstoles. ¡Bendito seas, Dios mío, por haber querido que, además de los infinitos dones con los que 'colmaste al sexo femenino, fuera una mujer la mensajera de tan extraordinaria nueva!
-Mejor harían en callarse todos esos envidiosos, Dama mía -comenté entonces-, si sólo se percataran de ello. Ahora me da risa una tontería que suelen contar algunos hombres e incluso me acuerdo de haberla oído en el sermón, ya que hay predicadores bastante necios como para retomar la broma afirmando que si Dios se apareció primero a una mujer fue porque sabía que no podría callarse y que antes se conocería la noticia de su Resurrección.
-Hija mía -me contestó-, haces bien llamando necios a los que cuentan esto porque no sólo difaman a las mujeres sino que blasfeman, pretendiendo que algo tan sagrado fue revelado gracias a un vicio. No sé cómo se atreven a atribuirle a Dios esa intención, porque no puede uno, ni siquiera en broma, burlarse de las cosas divinas.
»Siguiendo con la locuacidad femenina, te diré que fue algo excelente para aquella mujer de Caná haber perseguido a Cristo por las calles de Jerusalén para suplicarle entre palabras y gritos:
«¡Señor ten piedad de mí porque mi hija está enferma!», ¿Qué hizo entonces el Dios de bondad, dispuesto siempre a que se cumpla el menor ruego que venga del corazón? Escuchó complacido el torrente de palabras que salía de la boca de aquella mujer. Para poner a prueba su perseverancia, la comparó con los perros -y parece que lo hizo con bastante dureza, porque ella era extranjera y heterodoxa-o Ella no dudó en contestarle sin turbarse: «Es verdad, Señor, pero los perritos comen las migas que caen de la mesa de sus amos». Mujer tan digna, ¿quién te enseñó a hablar así? La pureza de tu alma inspiró tan sabias palabras que hicieron triunfar tu causa. Quedó muy claro cuando Cristo, volviéndose a sus discípulos, afirmó que en todo Israel no había encontrado tanta fe y accedió a sus ruegos. ¿Quién podrá jamás hacer justicia a este tributo pagado al sexo femenino, que los envidiosos se esfuerzan en denigrar? Dios encontró en el corazón de una mujer de baja condición y extranjera más fe que en todos los obispos, príncipes, sacerdotes y todo el pueblo judío, ellos que pretendían ser los elegidos de Dios.
»La mujer samaritana, que había ido a buscar agua al pozo donde Cristo se había sentado para descansar, se dirigió también a Él, abogando por su causa. ¡Bendito cuerpo divino, cómo te dignaste en contestar con palabras de consuelo a una humilde mujer que ni siquiera compartía tu fe! Dejaste bien patente tu aprecio a la devoción del sexo femenino. Hoy en cambio, ¡Dios mío, qué no haría falta para ver a unos obispos charlar con una mujer sencilla, aunque sólo fuera para hablar de su salvación!
»No habló con menos tino aquella mujer que asistía al sermón de Cristo y cuyo corazón se inflamó escuchando sus palabras. Dicen que las mujeres no saben callarse, pero qué acierto cuando ella se levantó, llena de entusiasmo, y gritó en medio de la multitud la frase que recoge el Evangelio: «Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!».
»Así puedes comprender, querida hija, que si Dios ha concedido el don de la palabra a las mujeres fue por mejor servir su gloria. N o se les debe reprochar algo donde reside tanto bien, ya que rara vez han causado daño palabras de mujer.
»En cuanto a hilar con la rueca, es otro don natural, pero a su vez un trabajo necesario para celebrar el servicio divino y vestir a todas las criaturas dotadas de razón, evitando así el desorden del mundo. Es el colmo de la perversidad reprochar a las mujeres algo que las honra y por lo que merecen agradecimiento.

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Aquí Cristina se ha pasado un poco con el esencialismo de género... ¡Cristina, cojona, déjate de que a las mujeres nos gusta hacer encaje de bolillos y dinos de una vez a quién metes en la ciudad!
¬¬'
"Fratriarcado es también toda defensa que las mujeres realizan de los pactos entre varones, sin reparar en que ellas no están incluidas." Rosa M. Rodríguez Magda

Báthory

XI
Cristina pregunta a Razón por qué las mujeres están excluidas del sistema judicial. Respuesta de Razón


-Muy noble y venerada Dama, vuestras explicaciones me satisfacen plenamente, pero decidme aún, si lo tenéis a bien, por qué las mujeres no ejercen ante los tribunales, no instruyen juicios ni dictan sentencia. Dicen los hombres que es culpa del mal gobierno de no sé qué mujer ante una corte de justicia.
-La malevolencia, hija mía, inventó esa historia pueril y sin fundamento. Si uno quisiera saber las causas de todo, no acabaría nunca y no bastaría ni el propio Aristóteles, que tantas explicaciones dio en sus Problemata y Categoriae.
»Ampliando nuestro planteamiento podríamos preguntarnos por qué Dios no quiso que los hombres hicieran trabajos de mujeres o las mujeres trabajos de hombres. A esto hay que contestar que un amo inteligente y precavido distribuye en su hacienda los distintos trabajos domésticos, y lo que es tarea de uno no le corresponde a otro. Así, quiso Dios que el hombre y la mujer le sirvan de forma distinta, que se presten mutua ayuda, cada uno a su manera. Por ello dotó a los dos sexos con la naturaleza y cualidades necesarias para cumplir con sus deberes, aunque a veces los seres humanos se equivoquen sobre lo que les conviene.
A los hombres Dios les otorgó la fuerza física y el valor para andar por la vida y hablar sin temor; gracias a esas aptitudes, aprenden el derecho, tan necesario para mantener el imperio de la ley en el mundo, y si alguien se niega a respetar la ley establecida, cuando es promulgada conforme a derecho, hay que obligarle por la fuerza y el poder de las armas. Las mujeres no podrían recurrir a una vía tan violenta. Además, si es verdad que Dios concedió a muchas una inteligencia muy viva, sería impropio de la honradez que las caracteriza que fueran a querellarse ante los jueces por la mínima causa, como hacen muchos hombres, que se comportan de forma irresponsable. ¿Para qué mandar a tres, entonces, llevar un peso que dos pueden levantar fácilmente?
»Ahora bien, si con esto se quiere pretender que las mujeres no son bastante inteligentes para estudiar derecho, la experiencia demuestra lo contrario. Como veremos más adelante, la historia ha dado muchas mujeres -y en nuestro tiempo también se encuentran- que fueron grandes filósofas, capaces de dominar unas disciplinas mucho más complejas, sutiles y elevadas que el derecho escrito y los reglamentos establecidos por los hombres.
Si se quiere afirmar, por otra parte, que las mujeres no tienen ninguna disposición natural para la política y el ejercicio del poder, podría citarte el ejemplo de muchas mujeres ilustres que reinaron en el pasado. Para que te adentres aún más en esta verdad, te recordaré también algunas de tus coetáneas que, una vez viudas, llevaron muy acertadamente todos los asuntos tras la muerte de su marido, demostrando así que una mujer inteligente puede hacerse cargo de cualquier tarea.

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Esto me ha recordado a Amelia Valcárcel diciendo en una charla algo así como: "Es por la fuerza física por lo que han dominado los hombres, a ver si van a pensar que es porque las mujeres somos tontas" XD
"Fratriarcado es también toda defensa que las mujeres realizan de los pactos entre varones, sin reparar en que ellas no están incluidas." Rosa M. Rodríguez Magda

Fahrenheit

En los dos últimos capítulos se le nota a esta mujer de qué época es, con tanto «es cierto que las mujeres somos así o asá»... cuirzombie
(El iconito lo mismo no pega, pero es que quería usarlo y no sabía cómo  kghkghj )
El foro de www.lesbianas.tv ha muerto. ¡Larga vida al nuevo foro!

Báthory

Sí, se le nota mucho. Pero tuvo que ser súper rebelde en su época para atreverse a cachondearse de esos hombres de los que habla y decir, a su manera, que estaban equivocados. Primero despotricaba y llamaba tontacos del culo a todos y luego ya se ponía a hacer el encaje de bolillos para no desentonar demasiado, que no era plan.
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Báthory

Hoy Amelia ha puesto tres capítulos, así que ahí van:

XII
Donde se trata de la emperatriz Nicaula


»Ahora dime, te lo ruego, si hubo jamás algún rey que igualara a la muy noble emperatriz Nicaula. ¿Dónde se ha leído que un rey haya tenido tanto sentido de la política, del Estado y de la justicia o incluso una corte con tanto lujo y suntuosidad?
Aunque sobre los muchos países y vastos dominios de su imperio reinaron antes afamados soberanos, llamados faraones, que eran de su mismo linaje, fue ella la primera en instaurar la ley y el orden público y poner así término, o cuando menos suavizar, allí donde gobernaba, la crueldad de los hábitos de los etíopes y las brutales costumbres de aquellos bárbaros. Según los autores que tratan de este tema es muy digno de elogio en esta mujer haber civilizado y sacado a su pueblo de la barbarie. Ella fue heredera de los faraones, es decir, no ejerció la ejemplaridad de su gobierno dentro de los límites de un país pequeño, sino sobre Arabia, Etiopía, Egipto y Mero -gran isla sita en medio del Nilo-, reinos que cuentan con toda suerte de recursos. ¿Qué más decirte sobre esta mujer? Fue tan sabia y su imperio tan inmenso que incluso la Biblia alude a la grandeza de su poder. Ella misma promulgó para su pueblo, con una justicia de gran alcance, las leyes que lo rigieron. Tanto por la nobleza de su carácter como por la abundancia de sus riquezas, superó a casi todos los hombres que han gobernado. Era muy entendida en el arte de las letras y de las ciencias, y tan altiva que jamás se dignó casarse y no quiso tener ningún hombre a su lado.

XIII
De la reina Fredegunda y de algunas otras reinas y princesas de Francia


»Podría hablarte largo tiempo de las mujeres del pasado que dieron pruebas de sabio gobierno, y ahora conversaremos sobre ello. Había en Francia una reina llamada Fredegunda, esposa del rey Chilperico. Pese a una crueldad inusitada en una mujer, después de la muerte de su marido gobernó muy prudentemente el reino de Francia, en un momento muy peligroso en el que amenazaba con naufragar y hundirse, porque el único heredero era un niño de muy tierna edad, llamado Clotario. Una guerra salvaje había estallado entre los barones, que enfrentados entre sí eran incapaces de ponerse de acuerdo sobre los asuntos del reino. Sin soltar al niño de sus brazos, la reina convocó la asamblea de los barones y les dijo: «Señores barones, aquí está vuestro rey.
No olvidéis que la lealtad siempre ha sido cualidad de los francos. No despreciéis la extrema juventud de este infante, porque con la ayuda de Dios crecerá, y cuando esté en edad de reinar, sabrá reconocer a sus verdaderos amigos y premiarlos según sus méritos, siempre que no cometáis el crimen de desheredarle. En cuanto a mí, os aseguro que sabré recompensar generosamente la lealtad y fidelidad con muy provechosos y duraderos beneficios». Así apaciguó la reina a los barones y arrancó a su hijo de manos de sus enemigos. Ella misma lo educó hasta que fue mayor de edad y recibió de ella la corona y el honor del reino. Sin el sabio gobierno de esta mujer, nada de esto hubiera ocurrido.

»Otro tanto puede decirse del papel tan acertado de la muy noble reina Blanca, madre de san Luis, que durante la minoría de edad de su hijo gobernó el reino de Francia con tanta inteligencia y prudencia que ningún hombre lo hubiera hecho mejor. Se quedó dirigiendo el Consejo, incluso cuando su hijo alcanzó la edad de reinar, porque todos admiraban su sentido de la política. Nada se hacía sin su intervención y hasta llegó a acompañar a su hijo a guerrear.

»Podría citarte numerosos ejemplos, pero no quisiera extenderme demasiado, y como hemos empezado evocando las damas del reino de Francia, sin tener que ir a buscar en los anales del pasado, te traeré a la memoria lo que tú misma presenciaste en tu infancia. Piensa, si todavía te acuerdas de ella, en la reina Juana de Barbón, viuda del rey Carlos en todo el bien que Fama cuenta sobre esta mujer y en todas las nobles cualidades que demostró al llevar la corte y el ejercicio de la justicia. No se sabe de ningún príncipe que haya hecho reinar la justicia mejor que ella, en la medida de sus prerrogativas.

»En esto se le parecía su hija, esposa del duque de Orleáns, hijo del rey Felipe, ya que nadie podría haber hecho más justicia de la que ella ejerció en sus tierras durante el largo periodo de su viudedad.

»Fue también el caso de la difunta reina Blanca, esposa del rey Juan, que administró sus tierras y ejerció el poder con gran respeto del derecho y la justicia.

»¿Qué decir de la duquesa de Anjou, hija de Carlos de Blois, duque de Bretaña, esposa del hermano menor de Carlos el Sabio, rey de Francia, que llegó a ser luego rey de Sicilia? Con acierto y valor, mantuvo bien alta la espada de la justicia sobre sus tierras de Provenza y demás dominios, salvaguardándolos con su buen gobierno durante la minoría de edad de su hijo. ¡Cómo alabar todas las cualidades de esta dama! En su juventud, superó en belleza a las demás mujeres, su virtud fue irreprochable y su sabiduría ejemplar. En la edad madura, como ya hemos visto, gobernó con supremo acierto y con una fuerza de voluntad sin fallo. En efecto, después de la muerte de su marido en Italia, casi toda Provenza se rebeló contra ella y sus hijos, pero esta gran dama luchó con tal denuedo, mezclando la fuerza con la dulzura, que logró restablecer el imperio de la ley en sus tierras y nunca se oyó contra ella queja alguna.

»Podría seguir hablándote de otras damas de Francia que al quedarse viudas tuvieron que tomar solas las decisiones y administrar sus tierras con acierto y justicia. Es el caso, por ejemplo, de la condesa de Vendórne, gran terrateniente, que vive todavía. Siempre se preocupa de la forma en que se ejerce la justicia en su nombre, gobierna con gran prudencia, tomándose con mucho interés todo lo que concierne al derecho.

»No quiero aducir más ejemplos, pero te aseguro que podría decirse lo mismo de otras muchas mujeres, de alta, mediana y baja condición, que como puede observarlo quien quiera fijarse en ello mantienen sus feudos o bienes en tan buen estado como cuando vivían sus maridos, suscitando en sus súbditos mucha estima y afecto. Ciertamente, hay mujeres tontas, pero sin querer ofender a los varones, también hay muchas que, pese a su falta de cultura, tienen la mente más alerta y razonan mejor que la mayoría de los hombres. Sus maridos harían bien en confiar en ellas o en tomar algo de su buen juicio que les sería de gran provecho.

»Aun así, las mujeres no deben lamentar el no ejercer la justicia ordinaria ante los tribunales ni tener que dictar sentencia, porque esto las aparta del peligro físico y moral. A la hora de fallar, habrá bastantes jueces que hubieran preferido no haber conocido algunos crímenes, que implican tan graves castigos.

XIV
Cristina y Razón debaten e intercambian ideas


-Decís verdad, Dama mía, y mi mente se complace en escucharos. Ahora bien, pese a lo que hablamos acerca de la inteligencia femenina, es sabido que las mujeres tienen el cuerpo delicado, vulnerable, sin fuerza, y que son de natural miedoso. Todo ello merma considerablemente el crédito y la autoridad del sexo femenino a ojos de los hombres, quienes afirman que la imperfección del cuerpo lleva consigo el empobrecimiento y la debilidad del carácter, y por consiguiente, según ellos, las mujeres serían menos dignas de elogio.
-Querida hija -me respondió-, es una conclusión totalmente viciada, que no se puede sostener. Mira cómo a menudo, cuando Naturaleza no ha logrado dar a dos cuerpos el mismo grado de perfección -porque creó uno deforme, inválido o con algún tipo de deficiencia en su forma física-, compensa tal defecto concediéndole algo mucho más importante. Dícese, por ejemplo, del gran filósofo Aristóteles que era muy feo, bizco y con una cara muy extraña, pero Naturaleza hizo más que enmendar su cuerpo tan poco agraciado dotándole con grandes facilidades intelectuales y cualidades de juicio, como queda patente por la autoridad de sus escritos. Más le valió recibir ese don de suprema inteligencia que la belleza de cuerpo de Absalón.

»Otro tanto puede decirse del emperador Alejandro Magno. Era muy feo, bajo y enclenque, pero tuvo sin embargo el valor de espíritu que hizo su fama. Así de otros muchos hombres. Te juro, querida, que un físico fuerte y vigoroso no es garante de un espíritu valiente y poderoso, porque esto proviene de una fuerza natural del carácter. Es un don que Dios permite que Naturaleza conceda a algunas de sus criaturas más que a otras. El valor no reside en la fuerza del cuerpo, sino que su sede se esconde en el corazón y la conciencia. Así se ven muchos hombres altos y fuertes, pero cobardes y blandos, mientras otros, atrevidos y emprendedores, son bajos y débiles de cuerpo. Así ocurre con otras cualidades, pero en lo que respecta al valor y la fuerza física, Dios y Naturaleza han hecho un favor a las mujeres dándoles la debilidad. Gracias a ese defecto que tampoco es muy ingrato, no tienen que cometer horribles torturas, asesinatos y crueles exacciones que Fuerza ha mandado y sigue mandando acometer cuando ella señorea este mundo. No tendrán que padecer los fulminantes castigos que atraen esa suerte de actos.
Ciertamente, a más de un hombre fuerte le hubiese valido peregrinar bajo el débil cuerpo de una mujer. Volviendo a lo de antes, te aseguro que si Naturaleza no ha concedido a la mujer una gran fuerza física, la ha compensado dotándola de una disposición a la virtud que le hace amar a Dios, temiendo pecar contra sus mandamientos, y todas las que no actúan así pervierten su naturaleza.

»Debes saber sin embargo, querida Cristina, que, según parece, Dios quiso manifestar a los hombres que si no todas las mujeres tienen la audacia y fuerza física de la que dan prueba los hombres en general no debe deducirse que las mujeres andan totalmente desprovistas de estas cualidades. En efecto, se han visto muchas mujeres a lo largo de la historia que demostraron a las claras este valor, esta fuerza emprendedora para llevar a cabo las más audaces misiones, que suele destacarse en los conquistadores y más afamados guerreros, esos mismos de los que tanto hablan los libros. Ilustraré en seguida mi afirmación citándote el ejemplo de algunas de esas mujeres.

»Querida hija y amiga, ves cómo, cavando ancha y profundamente, te he preparado los cimientos y he quitado la tierra llevándola a grandes cestadas sobre mis propios hombros. Ahora te toca a ti asentar con grandes y hermosas piedras los cimientos de los muros de la Ciudad de las Damas. Coge ya tu pluma como si fuera una pala de allanar el mortero y date prisa para llevar a cabo con ardor esta obra. Aquí está esa gran piedra hermosa que debe ser la primera asentada en la base de tu Ciudad.
Se ve en los signos astrales cómo Naturaleza la ha destinado para ser utilizada en esta construcción y quedar incorporada a la obra. Apártate entonces un poco, yo colocaré para ti esta primera piedra.

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Y, como podemos observar, en el tercero ha vuelto esa Cristina jocosa que tanto me gusta jajajajajajaja
"Fratriarcado es también toda defensa que las mujeres realizan de los pactos entre varones, sin reparar en que ellas no están incluidas." Rosa M. Rodríguez Magda

Fahrenheit

Me ha recordado a la Biblia, porque yo soy así...  fghdfgh

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 «Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».
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Fahrenheit

No era ese el iconito que quería poner, sino este  sdfzsdf
Pero con el móvil no atino bien y no me deja editar mensajes... ññioghj
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Báthory

XV
Donde se trata de la reina Semíramis


»Semíramis fue una mujer heroica, resuelta y llena de valor. Alcanzó tal grado de excelencia en el ejercicio y la práctica de las armas que la gente de su época, a la vista del poder de su imperio sobre la tierra y el mar, afirmaba que era hermana del gran dios Júpiter e hija del viejo Saturno. En efecto, según una creencia pagana, ellos eran dioses de la tierra y del mar. Aquella mujer fue la esposa del rey Nino, que había dado su nombre a la ciudad de Nínive. Fue aquél tan gran guerrero que con la ayuda de su mujer Semíramis, que cabalgaba a su lado por todos los campos de batalla, conquistó Babilonia la Grande, el poderoso reino de Asiria y otros muchos reinos.

»Esa mujer estaba aún en su primorosa juventud cuando, al asaltar una ciudad, su esposo Nino murió alcanzado por una flecha. Ella mandó celebrar la exequias con toda solemnidad, como convenía al caso, pero no abandonó el ejercicio de las armas sino que, al contrario, aunó valor y redoblada fuerza. Gobernó con mayor firmeza aún los reinos y dominios -tanto los que había heredado como los que ambos habían conquistado por la fuerza de las arrnas-, ejerciendo el poder sobre tierras y feudos según la mejor tradición caballeresca. Logró así tan destacadas hazañas que su heroica fuerza estuvo a la altura de la de los hombres más ilustres.

»Tanto valor tuvo esa mujer que no temía el dolor ni se echaba atrás ante el peligro. Desafiando toda clase de asechanzas, triunfó sobre unos enemigos que pensaban arrancar a esa viuda todas sus anteriores conquistas. Ella logró tal fama como guerrera que no sólo conservó la soberanía de sus tierras sino que invadió Etiopía a la cabeza de un gran ejército. Librando encarnizados combates, acabó por someter aquellas tierras y unirlas a su imperio. Luego dirigió sus fuerzas hacia la India, donde jamás se había atrevido ningún hombre a llevar la guerra. Resultó victoriosa y salió a invadir otras tierras, sin detenerse hasta que conquistó y sometió casi todo Oriente.

»Además de sus numerosas y admirables conquistas, Semíramis volvió a levantar y consolidar las fortificaciones de la ciudad de Babilonia, fundada por Nemrod y los gigantes, y sita en la llanura de Shinear, que ya era una ciudad importante, defendida por murallas de una resistencia asombrosa que hacían de ella una ciudadela imposible de conquistar. Aun así, esta extraordinaria mujer le añadió nuevas fortificaciones y la rodeó de unos anchos y profundos fosos.

»Estando un día Semíramis en su cámara, rodeada de las doncellas de su corte que la estaban peinando, trájole un mensajero la noticia de que uno de sus reinos se había sublevado contra su autoridad. Se levantó de inmediato y juró sobre su reino que jamás sería terminada la trenza que le quedaba sin hacer si no volvía a doblegar a los rebeldes bajo el imperio de la ley. Mandó armarse apresuradamente a muchos de sus súbditos, y desplegando una fuerza nunca vista, persiguió al enemigo con una resolución singular hasta volver a apoderarse de aquel país, lo que sembró tal espanto entre sus pueblos que ninguno volvió a rebelarse contra su autoridad. Durante mucho tiempo, en recuerdo de aquella acción valiente y noble, pudo verse en lo alto de Babilonia una enorme estatua de bronce cubierta de oro que representaba a una princesa blandiendo la espada con el pelo trenzado de un lado y los cabellos sueltos por otro. Esa reina fundó y mandó construir muchas ciudades nuevas y ciudadelas y llevó a cabo empresas sin fin, siendo tales sus hazañas que los libros no recogen la historia de ningún hombre cuyo valor haya sido más alto o los hechos más prodigiosos o memorables.

»También es verdad que algunos la han censurado por haberse desposado con el hijo que tuvo con su marido el rey Nino -y con todo derecho podría sostenerse tal acusación, si ella hubiera sido de nuestra religión. Aquello obedeció a dos razones: la primera, para que ninguna otra mujer llevara la corona del imperio, lo que hubiera sido el caso si su hijo se hubiese casado con otra; la segunda, que ningún hombre le parecía digno de compartir su lecho. Ciertamente, fue una falta grave pero algo excusable puesto que todavía no regían leyes escritas. Como entonces la gente no conocía otras leyes que las de Naturaleza, cada uno podía dejarse llevar del placer sin culpa. Si ella hubiese pensado que obraba mal y podía merecer algún reproche, no cabe duda de que jamás hubiera actuado así, porque tenía el corazón demasiado noble para llevar a cabo un acto indigno y deshonroso.

»Ahora queda colocada la primera piedra donde se asientan los cimientos. Para avanzar en nuestra construcción, a fe mía, hemos de colocar aún muchas piedras unas encima de las otras, hasta coronar nuestra ciudadela.

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Ay, qué grima ¬¬



XVI
De las Amazonas


»Lindando con Europa, a orillas del gran mar Océano que rodea el mundo, hay una región llamada Escitia o tierra de los Escitas. Sucedió un día que por estragos de la guerra aquel país se vio privado de todos sus hombres. Al ver que todas habían perdido a sus maridos, padres y hermanos, y que sólo quedaban ancianos y niños, las mujeres del país se reunieron en asamblea para deliberar. Decidieron entonces valientemente que en adelante gobernarían el reino sin tutela masculina y promulgaron una ley que prohibía a los hombres el acceso al territorio. Sin embargo, para asegurar su descendencia, en ciertas épocas del año, en un ir y venir, viajaban a los países vecinos. Si daban a luz hijos varones, los devolvían a sus padres, mientras que si eran hijas se encargaban de su educación. Para aplicar esa ley eligieron a dos mujeres entre las más nobles, una llamada Lanfeto y la otra Martesia, y las coronaron reinas. Acto seguido, echaron del país a todos los hombres que quedaban, armáronse formando numerosos batallones compuestos únicamente por damas y jóvenes doncellas y atacaron a sus enemigos, dejando sus tierras reducidas a cenizas. Nadie pudo resistir ante ellas, que vengaron así la muerte de sus maridos.

»De esta manera empezaron las mujeres escitas a llevar las armas. Luego llamáronse «amazonas», lo que significa «que ha sufrido la ablación de un pecho». Tenían en efecto por costumbre quemar según una técnica propia de ellas el pecho izquierdo de las niñas de la alta nobleza para que no las molestara el escudo, mientras que a las de menor rango, que tenían que tirar al arco, les quitaban el pecho derecho. Dedicáronse con sumo placer a las artes marciales, ampliando por la fuerza sus dominios, y su fama dio la vuelta al mundo. Ahora bien, retomando mi discurso, Lanfeto y Martesia, después de invadir muchos países, acabaron por conquistar gran parte de Europa y Asia y las sometieron al imperio de su ley. Fundaron numerosas ciudades, en particular Éfeso, en Asia, ciudad que fue famosa y lo sigue siendo. La primera reina en morir fue Martesia, que cayó en el combate. Para sucederla, las amazonas coronaron a una de sus hijas, doncella noble y hermosa, llamada Sínope. Ella era tan altiva y orgullosa que prefirió la virginidad y no se juntó jamás con un hombre. Sólo tuvo una pasión y único cuidado, el ejercicio de las armas. Nada podía saciar su hambre conquistadora a la hora de invadir y apoderarse de tierras. Vengó la muerte de su madre de modo ejemplar, pasando a todos los habitantes del país enemigo por el filo de la espada, y tras arrasar sus tierras, siguió con la conquista de otros dominios.

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Pero vamos a ver, si ya está feo eso de mutilar a los menores sin dejar que crezcan y elijan, encima de que te toca ser de un rango inferior sin que puedas elegirlo tampoco, te dejan teticoja para tirar con el arco sin pensar en las zurdas. 

Y luego va y dice que Sínope era "tan altiva y orgullosa" que no quiso nunca tocar una colita ni con un palo. Que no, Cristina, simplemente era lesbiana. Las demás se hicieron lesbianas. Y este fue el comienzo del lesbianismo político. Un lesbianismo político y teticojo. Nooo, es broma, por aquí también no. Centrémonos XD.

Pero volviendo al mito de las tetas de las amazonas, ¿tan enormes tenían todas las tetas que les resultaban molestas para vivir? ¿A todas? Y de ser así, ¿no se iban por ahí cayendo hacia el lado de la teta que se quedaban por el desequilibrio que les provocaba el quitarse una masa tan pantagruélica que resultaba molesta para tirar con arco o llevar un escudo?

Vale, sigamos ¬¬'


XVII
Donde se trata de Tarniris


»Como lo oirás ahora, el reino fundado por las amazonas floreció durante largo tiempo, sucediéndose a la cabeza del estado un sinfín de mujeres heroicas, de las cuales sólo te citaré las más importantes, porque resultaría fastidioso nombrarlas a todas.

»Señoreó aquel reino la sabia Tamiris con nobleza y valor. El poderoso rey de Persia, Ciro, al que no faltaron hazañas, pues venció a Babilonia la Grande y conquistó parte del mundo, fue a su vez vencido por la fuerza e inteligencia de aquella mujer. Tras otras muchas conquistas, Ciro quiso aventurarse en el reino de las amazonas para someterlas a su ley. Al enterarse por las mujeres que le servían de espías que Ciro la amenazaba con suficientes tropas para conquistar el mundo entero, esa sabia reina comprendió pronto que le sería imposible destruir tamaño ejército por la fuerza y que le convenía recurrir a la astucia. Actuó entonces como aguerrida jefe y cuando supo que Ciro ya se había adentrado mucho en sus tierras, porque ella le había dejado avanzar sin ofrecerle la menor resistencia, armó a todas sus mujeres y las dispuso para la emboscada en puntos de los bosques y montes por donde Ciro había de pasar.

»Allí situadas con el mayor secreto, Tamiris y sus tropas esperaron a que Ciro penetrara con todos sus soldados por desfiladeros u oscuros pasos entre bosques espesos. Llegado el momento, mandó tocar las trompas. Ciro, que andaba tan confiado, se quedó entonces muy asustado al verse atacado por todos lados y sus apretadas tropas, apresadas en los desfiladeros, iban quedando aplastadas por las pesadas piedras que les lanzaban las amazonas desde las alturas. El terreno les impedía avanzar o retirarse porque las emboscadas guerreras los masacraban al entrar en el desfiladero, y otro tanto les esperaba al salir. Todos murieron bajo el peso de las piedras, salvo Ciro y sus barones, a quienes la reina había mandado llevar vivos ante su presencia a la tienda que había hecho levantar. Como Ciro había matado a un hijo querido que ella le había enviado en embajada, Tamiris no accedió a salvar su vida. Mandó degollar ante sus ojos a todos sus barones y le dijo luego: «Ciro, tú, que tuviste tanta sed de sangre humana, ahora podrás beberla hasta la saciedad". Ordenó entonces que cortasen la cabeza del rey y la arrojaran a una cuba donde habían recogido la sangre de sus barones. »Te recuerdo estas cosas, querida hija y amiga, porque ilustran mi propósito, pero tú las conoces muy bien, ya que tú misma las contaste en tu Libro de la Mutación de Fortuna y en tu Epístola de Othéa. Ahora te citaré más ejemplos.


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Había leído "ya que tú misma las contaste en tu Libro de la Masturbación..."
"Fratriarcado es también toda defensa que las mujeres realizan de los pactos entre varones, sin reparar en que ellas no están incluidas." Rosa M. Rodríguez Magda

Fahrenheit

Bueno, hay más mitología sobre madres con hijos, como Edipo... Claro que ellos no sabían que eran madre e hijo... y Edipo cuando se enteró se cegó a sí mismo...

Pues yo prefiero pensar que las amazonas eran casi todas lesbianas.
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Báthory

Hoy otros tres capítulos. Ahí van dos:

XVIII
Cómo el gran Hércules y su amigo Teseo llegaron de Grecia para atacar a las amazonas por tierra y por mar, y cómo dos doncellas, Merialipe e Hipólita, les hicieron caer de los estribos, derribando juntos caballos y caballeros


»¿Cómo retomar el hilo? Como te decía, las amazonas se hicieron temer por sus hazañas bélicas a lo ancho del mundo. Pese a estar Grecia muy alejada de Escitia, llegó hasta allí el eco de su fama; sólo se hablaba de aquellas guerreras incansables, de cómo invadían y conquistaban regiones y países enteros, asolando las tierras de quienes demoraban su rendición. Se comentaba que ninguna fuerza era capaz de resistir sus embates. Temiendo que pretendieran extender su imperio e invadir sus lindes, toda Grecia se conmovió.

»En Grecia precisamente encontrábase entonces en la flor de la edad el gran Hércules, de fuerza prodigiosa. Ya había logrado en su momento más proezas físicas que ningún héroe nacido de mujer que la historia recuerde. Enfrentóse con gigantes, hidras y monstruos fabulosos, venciéndolos a todos, pues su fuerza física no se podía comparar con la de ningún hombre, sino acaso con la del famoso Sansón. Pensando aquel héroe que no se debía esperar a que las amazonas invadieran Grecia, sino que ellos debían atacar los primeros, hizo armar una flota y levantar un gran ejército de jóvenes guerreros para marchar sobre Escitia. Al conocer la nueva Teseo, el valiente y aguerrido rey de Atenas, afirmó que no irían a la guerra sin él, y juntó su ejército con el de Hércules. Haciéndose a la mar con numerosos soldados, pusieron rumbo hacia el reino de las amazonas. Al acercarse a las costas, a pesar de su fuerza prodigiosa, de su valor y del gran número de osados guerreros que le acompañaban, tal era el temor que tenía Hércules a sus poderosas enemigas que no se atrevió a echar anclas en el puerto para desembarcar de día. Si no fuera porque lo atestiguan tantos textos, esto podría parecer un relato fantasioso, porque resultaría difícil creer que aquel hombre, al que nunca había vencido criatura alguna, hubiera podido temer hasta tal punto la fuerza de esas mujeres. Hércules y su ejército esperaron entonces a que la noche se hiciera muy oscura. Abandonaron sus naves, prendieron fuego a las ciudades e iniciaron la matanza entre las amazonas, que no sospechando nada se vieron sorprendidas. A toda prisa sin embargo corrió la alarma, y todas en masa, a cual más veloz, se precipitaron hacia las armas y corrieron intrépidas hacia la orilla de donde venía el ataque.

»En aquel tiempo reinaba Oritia, que gobernaba con gran valor las numerosas tierras que había conquistado. Fue la madre de la gran reina Pentesilea, de la que hablaremos más adelante. Oritia sucedió a Antíope, reina de caballerescas proezas que siendo la más valiente guerrera de su época mantuvo entre las amazonas la disciplina militar. Ni que decir tiene que no tuvo límites la ira de Oritia cuando supo cómo los griegos habían atacado de noche y a traición, y a qué enorme masacre se entregaban. Juró que en mala hora ellos se habían expuesto a su furia, y desafiando a un enemigo a quien no temía, mandó tomar las armas y presentar batalla. Era un espectáculo asombroso ver a tantas mujeres correr hacia las armas para juntarse alrededor de su reina.
Cuando despuntó la aurora, todas las columnas estaban listas.

»Pero mientras se reagrupaban las guerreras y la reina juntaba los cuerpos de su ejército, dos mujeres jóvenes e intrépidas, sin igual en el arte de la guerra por su virtud y valor bélico, no tuvieron la paciencia de esperar a las columnas de su comandante. Una se llamaba Menalipe e Hipólita la otra y ambas eran parientes próximas de la reina. Armándose con la mayor celeridad, montaron sus fogosas cabalgaduras, y empuñando sus lanzas, colgados del cuello sus escudos de cuero de elefante, galoparon hacia el puerto. Allí, con una furia rayana en la locura, abalanzáronse lanzas en ristre contra los griegos de mayor bravura, Menalipe contra Hércules e Hipólita contra Teseo. Dieron entonces la medida de su fiereza, porque, pese a la fuerza colosal e inmenso coraje de ambos hombres, esas dos mujeres los alcanzaron con tales golpes que bajo la brutalidad del choque cayeron derribados, unos encima de otros, caballeros y monturas. Cada una hizo caer de los estribos a su adversario, y derribadas ellas también, no tardaron sin embargo en volver a montar y se lanzaron al ataque con la espada.

»iQué elogio merecen estas doncellas por haber derribado, ellas, unas simples mujeres, a los mejores caballeros de la época! Resultaría imposible de creer, si no lo hubieran reseñado en sus libros tantos autores dignos de fe. Ellos se asombran de la desventura de ambos, pero sobre todo de la de Hércules, e intentan disculparla explicando que fue porque tropezó su caballo, ya que de haber estado de pie nadie le podría haber derribado.

»Que dos doncellas hayan sido capaces de hacerles caer de los estribos provocó el sonrojo en ambos caballeros. Ellas, mientras tanto, se enfrentaban valientemente y la suerte de la batalla quedó incierta durante largo tiempo, hasta que al final las dos mujeres cayeron cautivas. ¿Acaso hay que sorprenderse de su derrota, cuando jamás se había visto juntos a dos héroes de tal valía?

»Hércules y Teseo estaban muy orgullosos de su sin par captura y no la hubieran cambiado por todas las riquezas de una ciudad entera. Volvieron entonces a sus naves, para que les quitaran sus armas y refrescasen sus cuerpos, estimando que habían llevado a cabo una gran hazaña. Honraron y rindieron pleitesía a las mujeres, y cuando ellas se despojaron de la armadura, su gozo fue grande al verlas tan hermosas. Jamás ningún botín les había resultado tan agradable y disfrutaban mirándolas con gran placer.

»La reina, que ultimaba los preparativos para lanzar el ataque contra los griegos, sintió una inmensa pena cuando le llegaron nuevas de cómo ambas doncellas habían sido apresadas. Por temor a las represalias que podían padecer las dos rehenes si ella atacara, mandó cancelar la ofensiva y envió a dos de sus capitanas a advertir que se encontraba dispuesta a pagar cuanto rescate se pidiera por las dos jóvenes. Hércules y Teseo recibieron a las mensajeras con los debidos honores y respondieron cortésmente que si la reina accedía a firmar la paz, prometía que ni ella ni sus compañeras de armas atacarían Grecia y aceptaba ser un país amigo -ya que ellos estaban dispuestos, por su parte, a asumir el mismo compromiso-, entregarían a las dos doncellas sanas y salvas, sin más rescate que las armaduras de ambas guerreras. En efecto, ellos querían guardar esos trofeos a toda costa como recuerdo de su prestigiosa victoria. La reina se vio obligada a aceptar la paz para que le devolvieran las dos doncellas a quienes quería por encima de todo. Tras un largo parlamento, se decidió que la reina acudiría con su séquito. Así, después de desarmarse, llegaron al campamento griego donde jamás se había visto tal cortejo de damas todas de extraordinaria belleza y ricamente ataviadas. Allí, con un gran festín y espléndidas fiestas se selló la paz.

»Mucho le pesaba a Teseo, sin embargo, devolver a Hipólita, de la que andaba locamente enamorado. Tanto rogó y suplicó Hércules a la reina que ella dio licencia a Teseo para que tomara a Hipólita por esposa y la llevara a Grecia. Celebradas las bodas con gran fasto, los griegos se marcharon llevándose Teseo a Hipólita, con quien tuvo luego un hijo de! mismo nombre, que llegó a ser un famoso y cumplido caballero. Cuando los habitantes de Grecia supieron que se había firmado la paz, su alegría no conoció límites, al ver descartado el peligro que más temían.

XIX
De la reina Pentesilea y de la ayuda que prestó a la ciudad de Troya


»La reina Oritia vivió mucho tiempo y durante su largo y próspero reinado engrandeció el imperio. Cuando murió, a una edad muy avanzada, las amazonas ofrecieron la corona a su valerosa hija Pentesilea. Esa mujer heroica ciñó ante todas una corona de sabiduría, bravura y valor. Nunca se cansó de luchar y condujo a las amazonas al cénit de su poder, porque tanto la temían sus enemigos que ninguno se atrevió a atacarlas. Tan altanera y orgullosa fue esta mujer que nunca se dignó a unirse a ningún hombre.

»En su época tuvo lugar la gran guerra entre griegos y troyanos. En aquel tiempo fue cuando la fama de Héctor de Troya se extendió por el mundo entero, que no dejaba de alabar sus proezas caballerescas y su valentía sin par. Como es normal inclinación el querer a quien tiene con uno mismo parecidas cualidades, Pentesilea, cuyo valor destacaba soberanamente entre todas las damas del mundo, al oír tantas alabanzas sobre las hazañas de Héctor, empezó a sentir hacia él una pasión tan pura como profunda y no tuvo otro pensamiento que ir a su encuentro. Para lograr lo que le venía en deseo abandonó el reino con un gran ejército, y acompañada asimismo por un séquito de nobles damas y doncellas, todas de renombrada proeza con sus destellantes armaduras, emprendió el viaje hacia la lejana Troya. Si bien nada resulta fatigoso para un corazón enamorado y llevado por la pasión, la verdad es que, cuando llegó a Troya la noble Pentesilea, era demasiado tarde: Héctor ya había muerto, matado a traición por Aquiles en una batalla donde pereció la flor de la caballería troyana. Pentesilea fue recibida en Troya con todos los honores por el rey Príamo y la reina Hécuba y por todos sus barones, pero nada pudo remediar la pena que la invadió al saber que no encontraría a Héctor con vida. El rey y la reina, que lloraban sin cesar la muerte de su hijo, le dijeron que si no habían podido conducirla hasta él vivo la llevarían para que lo viera muerto. Acompañáronla hasta el templo donde habían mandado edificar su mausoleo, una sepultura de cuya magnificencia se hace mención en los libros de historia. Allí, dentro de una capilla cuyas paredes de oro llevaban engastados tesoros de piedras preciosas, sentado en un trono delante del altar erigido a sus dioses, vestido con ricos atavíos, el cuerpo de Héctor, tan maravillosamente embalsamado que ofrecía la apariencia perfecta de estar vivo, desafiaba aún a los griegos con su altiva mirada y con la espada desenvainada que seguía blandiendo su mano. Allí estaba, vestido con una larga y ancha túnica de oro fino, ribeteada con unos bordados de piedras preciosas colgando hasta el suelo encima de sus piernas que ungidas con un fino bálsamo desprendían por todo el lugar un aroma maravilloso. A la luz de unas lámparas de aceite que difundían una asombrosa claridad, los troyanos honraban su cuerpo como si de un dios se tratara y nadie hubiera podido estimar en su precio el lujo de aquel mausoleo. Llevaron entonces hasta allí a la reina Pentesilea, que, en cuanto abrieron la capilla y vio su cuerpo, cayó de rodillas para homenajearle como si estuviera vivo. Luego se acercó, y mirándole intensamente a la cara, dijo llorando:

»-¡Ah, flor suprema de la caballería terrenal, gloria y parangón de sublime valentía! ¿Quién podrá ahora enorgullecerse con proezas o ceñir la espada cuando ya se apagó la luz y el ejemplo de la más elevada nobleza? ¡Ay, bajo qué tristes auspicios naciera aquel cuyo brazo maldito se atrevió a perpetrar tan innoble crimen y robar al mundo tan preciado tesoro! ¡Oh noble príncipe, por qué me fue tan contraria Fortuna que no permitió que estuviese a tu lado cuando el traidor tendió su emboscada! De haber estado yo nada de esto te hubiera sucedido, porque hubiera sabido protegerte. Si aún vive ese criminal, y ojalá viva, vengaré tu muerte para aliviar el inmenso dolor y rabia que siento al verte sin vida, enmudecido ante mí cuando tanto hubiera deseado que me hablases. Puesto que Fortuna así lo ha querido, juro ante todos nuestros dioses, prometo y reafirmo ante ti, mi querido señor, que mientras me quede un hilo de vida vengaré tu muerte persiguiendo a los griegos.

»Así habló Pentesilea arrodillada ante el cuerpo de Héctor, y conmovida por sus palabras, la multitud de nobles damas, barones y caballeros ahí presentes la escuchaban con lágrimas de compasión. Ella siguió un rato petrificada sin poder arrancarse de aquel momento, pero finalmente, besando la mano que empuñaba la espada, se resignó a abandonar la capilla diciendo:
»-¡Oh flor sublime de la caballería, cuántas pruebas de nobleza debes de haber dado en vida, cuando tu cuerpo, aun tras la muerte, tan poderoso rostro lleva!

»Salió llorando y entre suaves sollozos aprisa volvió a armarse. Con la ayuda de su ejército, preparó una salida para atacar a los griegos que asediaban la ciudad. Para abreviar el relato, sólo añadiré que tantas fueron sus hazañas y las de sus guerreras que, de haber vivido ella más tiempo, ningún griego hubiese vuelto a Grecia. Venció a Pirro, el hijo de Aquiles y caballero de gran mérito, asestándole tan brutal golpe que sus gentes, dándole por muerto, a punto estuvieron de dejarle en el campo de batalla. Pensando que no podría salvarse, los griegos empezaron a perder el ánimo porque tenían puesta en él toda su esperanza. Pentesilea, ciertamente, demostró al hijo cuánto odio tenía al padre.

»Sin embargo, te diré, para llegar al final de mi relato, que cuando la suerte de los griegos corría mayor peligro, porque durante días Pentesilea y sus guerreras habían dado prueba de extraordinaria audacia, Pirro, cuyas heridas iban sanando, sintió tal vergüenza e ira por haber sido derribado y herido por esa mujer que ordenó a sus soldados que no tuvieran otro fin durante todo el combate que cercar a Pentesilea para apartarla de sus tropas, porque quería darle muerte con su propia mano, y ofreció una fuerte recompensa a quienes lograsen apresarla. Los soldados de Pirro tuvieron que luchar largo rato antes de acercarse a ella, tal era el miedo que tenían a la fiereza de sus golpes.

»Un día de acérrimo combate consiguieron sin embargo rodear a Pentesilea y separarla del resto del cuerpo de batalla, hostigando sin cesar a sus compañeras para que no pudieran prestarle ayuda. Ella había luchado tanto que un sólo día apenas hubiera bastado para que Héctor la igualara. Pese a encontrarse exhausta, siguió resistiendo con una fuerza asombrosa, pero lograron descoyuntar su armadura y arrancarle un pedazo del yelmo. Cuando Pirro, que observaba la escena, vio sin protección su cabeza de larga y rubia melena, le asestó tal golpe que le abrió de tajo el cráneo y el cerebro. Así murió esa mujer tan valiente, cuya pérdida resultó muy cruel para los troyanos. Con profundo dolor, sus compañeras acompañaron su cuerpo en el viaje de vuelta hasta su reino, que quedó sumido en desolado duelo, y con razón, porque ninguna mujer de su talla volvería jamás a gobernar a las amazonas.

»Así, como has escuchado, aquel reino de mujeres establecido firmemente desde su fundación mantuvo su poderío durante más de ocho siglos. Puedes averiguarlo consultando las crónicas y contando los años que separan la fecha de su fundación de la época de la conquista del mundo por Alejandro Magno. En efecto, se sabe que bajo su imperio seguía existiendo el poderoso reino de las amazonas porque la historia nos relata cómo emprendió viaje el emperador hacia aquel reino, donde fue recibido por la reina y las damas de su corte. Alejandro nació mucho tiempo después de la destrucción de Troya", más de cuatrocientos años después de la fundación de Roma. Si quieres tomarte el trabajo de comparar las crónicas y calcular el número de años, verás cómo aquel reinado y poderío femenino duró larguísimo tiempo y podrás observar cómo entre otros reinados de parecida duración no se encuentran ni tantos príncipes ilustres, ni tantas personas cuyos logros les merecieron la fama, como sucedió con las soberanas damas de aquel reino.
"Fratriarcado es también toda defensa que las mujeres realizan de los pactos entre varones, sin reparar en que ellas no están incluidas." Rosa M. Rodríguez Magda

Báthory

Y el tercero de hoy:

XX
Donde se habla de Zenobia, reina de Palmira


»Las amazonas no fueron las únicas mujeres valiosas. No tuvo menos fama la valerosa reina de Palmira, Zenobia, una mujer de noble abolengo, del linaje de los Tolomeos, reyes de Egipto. Desde la más tierna infancia dio muestras de bravura y vocación caballeresca, y en cuanto empezó a reunir la mínima fuerza física, no hubo quien le impidiese huir de las ciudadelas, palacios y cámaras reales para irse a vivir en pleno bosque. Allí, armada con espada y jabalinas, se dedicaba a acosar al venado más salvaje, y dejando a los ciervos, pronto luchó contra leones, osos y toda suerte de fieras, a las que atacaba sin temor y vencía con toda facilidad. A esa dama tan gallarda no le costaba dormir en el bosque con cualquier tiempo; ningún suelo, por rocoso que fuera, le parecía un lecho duro. Nada temía ni le costaba el menor esfuerzo abrirse camino entre la maleza, trepar montes o atravesar valles cuando iba acorralando a las fieras. Esa virgen atrevida despreciaba el amor carnal y se negó durante mucho tiempo a casarse. Sus padres acabaron obligándola a tomar por esposo al rey de Palmira, que era muy hermoso de cara y cuerpo. Zenobia, que era de una belleza perfecta, no prestaba atención a su propia hermosura, pero Fortuna le sonrió concediéndole un esposo de un temperamento muy afín al suyo y a los hábitos de vida que ella había elegido.

»Aquel rey, llamado Odenato, que destacaba por su excepcional bravura, decidió emprender por la fuerza de las armas la conquista de Oriente y demás imperios vecinos. Valerio, emperador de Roma, se encontraba en aquel tiempo preso de Sapor, rey de los Persas. El rey de Palmira juntó a todos sus ejércitos, y Zenobia, a quien no importaba en absoluto preservar la lozana belleza de su rostro, eligió la dura disciplina del arte militar, y vistiendo armadura, decidió participar con su marido en todas las pruebas de la lucha caballeresca.

»EI rey Odenato entregó a un hijo suyo llamado Herodes, que había tenido con otra mujer, el mando de parte de su ejército para que marchara con la vanguardia contra el rey Sapor que ocupaba entonces Mesopotamia. Ordenó a su mujer Zenobia que encabezara la segunda columna para adelantarse por un flanco, mientras que él lucharía por otro con un tercer cuerpo, y cumpliendo el plan, salió la expedición. ¿Qué más contarte ahora? Lo que ocurrió, tal como puedes leerlo en los libros de historia, fue lo siguiente: Zenobia se portó con tal bravura que ganó varias batallas contra el rey persa hasta que una victoria decisiva llegara a asegurar a su marido el imperio de Mesopotamia. Al final asedió la ciudadela donde estaba refugiado Sapor y lo capturó con sus concubinas y un rico botín.

»Poco después de aquella victoria fue asesinado el rey por un pariente que ambicionaba el poder, lo que no consiguió, porque esa valiosa dama se lo impidió luchando bravamente para asumir ella misma la regencia en nombre de sus hijos menores, y se hizo coronar como emperatriz. Gobernó con tal acierto y discernimiento, fue tan experta en el arte militar que los emperadores de Roma, Galieno y tras él Claudia, pese a que ejercían el poder sobre gran parte de Oriente, nunca se atrevieron a atacarla. Otro tanto puede decirse de egipcios, árabes y armenios: tanto temían su valentía y poderío que se conformaban con mantenerse en los lindes de sus dominios. Como sabia gobernante mereció la estima de príncipes, fue obedecida y querida por su pueblo, temida y respetada por sus caballeros. Cuando salía hacia el campo de batalla -lo que era frecuente- nunca dirigía la palabra a sus soldados sin haber vestido armadura y yelmo. Tampoco se hacía transportar, como acostumbraban los reyes de su época, sino que siempre montaba un fogoso corcel e incluso cabalgaba de incógnito en primera línea para mejor espiar las filas enemigas.

»Esa valerosa mujer no sólo sobrepujó a todos los caballeros de su tiempo en la disciplina y el arte de la guerra sino que respecto a otras mujeres demostró unas cualidades y hábitos de vida excepcionales. Ella era de una extrema sobriedad, lo que no le impedía dar unas fiestas espléndidas y agasajar con festines a sus barones e invitados extranjeros. No reparaba en liberalidad y obsequiaba a todos con presentes suntuosos porque sabía que tal generosidad le atraería el favor y la estima de la gente de bien.

»Era de una castidad ejemplar, no sólo porque evitaba a los demás hombres sino porque se acostaba con su marido sólo para asegurarse una descendencia y se lo daba a entender prohibiéndole dormir a su lado en cuanto se quedaba embarazada. Para asegurarse de que las apariencias estuvieran en harmonía con su temperamento íntimo, prohibió su corte a todo hombre de poca moral, insistiendo en que quienes quisieran gozar de sus favores debían ser personas educadas y de calidad. Concedía honores a la gente conforme a su honradez y valía y nunca por consideración hacia su riqueza y nobleza de linaje. Apreciaba a los hombres de maneras poco cortesanas pero de probado valor caballeresco. Vivía rodeada de lujo con la magnificencia de una emperatriz, gastando sin contar, a la usanza de los persas, cuyos hábitos de vida eran los más fastuosos de todas las cortes. Le servían en vajilla de oro y piedras preciosas, toda decorada con los más ricos ornamentos. Amasó grandes tesoros con sus propios bienes y haciendo dones con tal largueza, siempre que fuera razonable, que nunca hubo tan generoso príncipe.

»Ahora bien, después de haberte hablado de todas sus cualidades, me queda la más perfecta, sobre la que no me detendré, su profundo conocimiento de las letras, tanto las de los egipcios como las de su propia lengua. Durante sus horas de ocio se aplicaba al estudio y quiso tener por maestro a Longino, que la inició en la filosofía. Sabía latín y griego, lo que la ayudó a redactar de forma elegante y concisa un compendio de historia. Quiso que sus hijos, a los que educaba con la misma disciplina intelectual, lograran las mismas cuotas de saber. Dime ahora, querida Cristina, si en todas tus lecturas te has encontrado con un príncipe o caballero de más perfectas cualidades.

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Cristina a veces me mata   fghgfhgfh  ertfgdfg

"Fratriarcado es también toda defensa que las mujeres realizan de los pactos entre varones, sin reparar en que ellas no están incluidas." Rosa M. Rodríguez Magda

Fahrenheit

Yo, como estoy acostumbrada a los "tostones" literarios, he disfrutado estos capítulos, sobre todo los dos primeros, que hablan "de lo mío"  ghfghgfh

Y, por cierto, qué feo lo de la amazona llorando por lo guapo y buen mozo que era Héctor con la pobre de Andrómaca (mujer de Héctor) que andaría por ahí... Y que he echado en falta en ese capítulo, la verdad, pero eso quizá es porque a mí Andrómaca es un personaje que siempre me ha llamado la atención.
El foro de www.lesbianas.tv ha muerto. ¡Larga vida al nuevo foro!

themis

Me ha gustado mucho el capítulo de la reina Pentesilea, no conocía esa historia :D

Jo, pues a mí me encanta Héctor XDD yo también hubiera ido a rendirle homenaje, fue un gran guerrero...

Báthory

Ay, a mí hoy se me ha hecho un poco pesada la lectura. Me ha encantado lo de las amazonas tomando la iniciativa y torteando a los machotes, aunque lo hayan fastidiado todo al final como era de esperar. Pero lo que más me gusta es cuando Cristina hace crítica a través de las damas jajajaja, ahí me hace mucha gracia, porque me la imagino con mucha afectación de damisela que finge inocencia, con el mantel ese, pero lanzando los dardos.
"Fratriarcado es también toda defensa que las mujeres realizan de los pactos entre varones, sin reparar en que ellas no están incluidas." Rosa M. Rodríguez Magda